Bimba llegó al refugio siendo apenas una cachorra de un año, con toda la vida por delante. Hoy, cuatro años después, sigue esperando tras los barrotes, mientras su mirada se vuelve más triste y sus días más grises.

Es preciosa, con unos ojos profundos que piden una sola cosa: amor. Pero su raza la ha hecho invisible. Nadie pregunta por ella. Nadie ve lo que nosotros sí: una perrita dulce, noble, que se rompe por dentro cada vez que la dejamos en su chenil.

Allí llora, se estresa, se apaga. Pero basta abrir la puerta para que vuelva a ser la perrita alegre que juega con su pelota, que busca caricias, que se aferra a cada segundo de atención como si supiera que el tiempo pasa… y que no siempre vuelve.

Bimba merece más. Merece un hogar donde no la miren con prejuicio, sino con amor. Donde no sea una raza, sino una compañera fiel.

Ella no ha dejado de esperar. Solo necesita una oportunidad.
¿Le das tú la suya?